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52 La doctrina catara reposaba sobre el antagonismo de los principios, el uno malo, el otro bueno. El primero, el principio malo, ha creado la materia; el segundo ha crea– do las almas que pasan, de generación en generación, de un cuerpo a otro, para alcanzar la salvación. La ma– teria es la causa y asiento del mal; toda relación con ella constituye una mancha; en consecuencia, los Cá– taros renunciaban al matrimonio, a la propiedad, y re– comendaban el suicidio. Todo ello entremezclado con mitos cosmogónicos muy complicados. Sus adherentes se dividían en dos categorías, los puros o perfectos, y los creyentes que eran prosélitos de segundo grado y sólo tenían obligaciones muy simples. Los adep– tos propiamente dichos eran iniciados por la ceremonia del consolamentum, o imposición de las manos, que debía hacer descender sobre ellos el espíritu consolador. Había adeptos tan entusiastas que después de la ceremonia se ponían en endura, es decir, se dejaban morir de hambre para no abandonar ese estado de gracia. En el Languedoc, en que se tomó la costumbr.e de llamarlos Albigenses, tenían una organización que abra– zaba a toda Europa central, y mantenían por todas partes escuelas florecientes frecuentadas por los hijos de la no– bleza. En Italia no eran menos poderosos: Concorrezo, cerca de Monza, en Lombardía, y Bagnolo dieron sus nombres a dos congregaciones algo diferentes de las de Lan– guedoc. Pero se expandieron, sobre todo desde Milán, en toda la península, haciendo prosélitos hasta en los distritos más lejanos de la Calabria. El estado de anarquía en que se encontraba el país les fué muy favorable. El papado estaba demasiado pre– ocupado en desbaratar los esfuerzos espasmódicos de los Hohenstaufen, para llevar su lucha contra la herejía con la perseverancia y la constancia que hubieran sido nece– sarias. Así pudo ocurrir que las ideas nuevas eran pre– dicadas hasta a la sombra de la basílica de Latran: en

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