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Se pasaba sin transición alguna por los sistemas más contradictorios. Sin embargo, puede señalarse dos o tres rasgos ge– nerales: ante todo no son ya, como en otro tiempo, suti– lidades metafísicas; Ario y Prisciliano, Nestorio y Euty– chés estaban bien muertos. En segundo lugar, las herejías no parten ya de la clase elevada y dirigente, sino más bien del bajo clero y del pueblo. Los golpes más peligrosos que tuvo que so– portar la Iglesia de la Edad Media, los dieron obreros obscuros, pobres y oprimidos, que en su miseria y su de– gradacíón, sentían que la Iglesia había traicionado a su misión. Desde que se elevaba una voz para predicar la auste– rídad y la simplicidad, reunía a su alrededor no tan sólo a laicos sino también a muchos miembros del clero. Ve– mos así a cierto Pons agitar a todo el Périgord, a fines del siglo XII, y predicar antes de San Francisco la po– breza evangélica. Son notables dos grandes corrientes: por una parte los Cátaros; por otra las innumerables sectas que se re– belaron por fidelidad al cristianismo y quisieron retornar a la Iglesia primitiva. Entre las sectas de la segunda categoría, surgió en Italia a fines del siglo XII la de los Pobres, que se rela– ciona, sin duda, con la tentativa de Arnaldo de Brescia y que negaban la eficacia de los sacramentos adminis– trados por manos indignas. Un verdadero intento de reforma fué realizado por los valdenses; su historia, aunque más conocida, es muy obscura en ciertos puntos; su nombre de Pobres de Lyón recuerda el de los precedentes con los que tuvieron es– trechas relaciones, así como con los Humillados. Todos estos nombres hacen pensar involuntariamente en el que San Francisco dará a su orden. Las analogías de inspi– ración entre Pedro Valdo y San Francisco son tan nume– rosas que uno se siente inclinado a creer en una especie de imitación. Sería un error, sin embargo, creerlo así:

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