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47 biera valido a Roma triunfar por la dulzura, por la ins– trucción y por la santidad; pero) ¡ay!, un combatiente no escoge siempre sus armas cuando se trata de la vida, y toma las primeras o más eficaces que encuentra a su alcance. No siempre el papado estuvo del lado de la reac– ción y del obscurantismo: cuando aniquiló a los Cátaros, por ejemplo, su victoria fué la del buen sentido y de la razón. La lista de las herejías del siglo XIII es ya muy larga, y se agranda, sin embargo, todos los días para la mayor alegría de los eruditos que hacen laboriosos esfuerzos para clasificarlo todo en aquel caos del misticismo y de la locura. Las herejías en aquel momento fueron muy vivas, muy complejas en consecuencia, y dotadas de una plasticidad sorprendente. Se puede señalar corrientes, indicar direcciones; ir más lejos en condenarse a no com– prender nada de aquellos movimientos instintivos, apasio– nados, extraños, que nacen, se afirman, recaen según el capricho de mil circunstancias impalpables. En ciertos condados de Inglaterra existen algunos pueblecitos que tienen hasta ocho y diez lugares de culto para algunos millares de habitantes. La mayor parte de esas gentes cambian de secta cada. tres o cuatro años, retornan a la que dejaron, para abandonarla otra vez y volver a ella luego, y así durante toda su vida. Sus jefes dan el ejem– plo y abrazan con entusiasmo toda novedad, para aban– donarla en seguida. Unos y otros se mostrarían perple– jos si tuvieran que dar las razones de tales idas y venidas. Dicen que es el Espíritu lo que los lleva, y sería imper– tinente no creerles; pero el historiador que quisiera es– tudiar todo eso perdería su cabeza, a menos que abrie– ra en sus documentos una carpeta para cada caso especial. Ese estado recuerda un poco el de una gran parte de la cristiandad bajo Inocencia III; mas en tanto que las sectas de las que acabo de hablar se mueven en un círculo bastante estrecho de dogmas y de ideas, en el siglo XIII todos los excesos se encontraban y se sucedían.