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CAPITULO III LA IGLESIA HACIA 1209 San Francisco fué, en lo que se puede ser, un ins– pirado, pero se cometería un grosero error si se le arran– cara de su siglo y se le estudiara sin atender a las cir– cunstancias que rodearon su existencia. Es· verdad que creyó y quiso imitar a Jesús, pero lo que sabemos sobre el Cristo es demasiado poco para qui– tar a la vida de San Francisco su carácter de originali– dad. La persuasión de ser un imitador tuvo por resul– tado preservarle de toda apariencia de orgullo. Le per– mitió predicar sus ideas con fuerza incomparable, sin parecer predicarse él mismo. No hay, pues, que aislarle ni mostrarle demasiado dependiente. La situación religiosa de Italia, durante el periodo de la vida de Francisco en que nos encontramos (1205-1206), debió influir grandemente sobre su pensa– miento, llevándolo hacia la senda que iba a tomar. El clero era de costumbres completamente corrom– pidas y hacía imposible asi toda reforma importante. Entre las herejías había algunas puras y honradas, pero existían muchas absurdas y abominables. A veces se elevaban voces de protesta, pero las profecías de Joaquín de Flora, como las de Santa Hildegarda, no habían podido contener el mal. Lucas Wadding, el piadoso analista franciscano, ha iniciado su obra por ese horroroso cua– dro. El progreso de las investigaciones históricas ha per– mitido rehacerlo con más detalles, pero la conclusión si– gue siendo la mis.ma: sin Francisco de Asís, la Iglesia se habría hundido y habrían triunfado los Cátaros. El pobrecito rechazado por la chusma lacayuna de Inocen– cia III salvó a la cristiandad.

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