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40 el menor grado de puro amor. Las desilusiones no dejan en las almas vulgares más que un sedimento de horrible egoísmo. · Esa victoria fué tan rápida, que Francisco sintió la necesidad de completarla y se encaminó días después ha– cia la leprosería. Tomó para ir el camino mayor que partia de Asís: el que se dirigía desde la Piazza hacia la Porta Mojano y allí descendía en linea recta hacia el llano. Todavía existe, aunque abandonado y solitario, desde que se abrie- . ron caminos más cómodos. Después de una hora de marcha se da con la capilla de Santa María Magdalena, que en aquellos tiempos ser– vía a los leprosos. A algunos pasos de distancia había otra, San Lázaro d'Arce,. usada también por los leprosos. Existe todavía, pero dedicada hoy a San Rufino d'Arce. .El "Statuto" de la "Magnífica Ciudad de Asis" cita con frecuencia esa leprosería. Fué la misma, a no du– darlo, a la que Francisco quiso ir para someter a prueba su vocación,,casarse con la pobreza e iniciar su misión de misericordia. Puede imaginarse la estupefacción de los desgraciados al ver llegar al brillante caballero. Si en nuestros días una visita es para los enfermos ue nuestros hospitales un verdadero acontecimiento, esperado con impaciencia febril, ¿qué debió ser la aparic~ón de Francisco en medio de los pobres recluidos? Hay que haber visto enfermos abandonados para comprender la alegría que puede pro– porcionarles una palabra afectuosa, a.veces una simple mirada. Emocionado y enajenado, Francisco sentía que todo su ser interior vibraba bajo la fuerza de sensaciones des– conocidas. Por primera vez oyó los inefables acentos del reconocimiento que no halla palabras basta,nte ardientes para expresarse, que admira y adora al bienhechor casi como a un ángel del cielo.

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