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37 sentarse lo que eran los pobres en una localidad como Asís. En un país agrícola, la pobreza no encadena, casi inevi– tablemente, la miseria moral, esa degeneración de todo el ser humano que hace a veces la caridad tan difícil.· La mayor parte de los pobres que Francisco conocía estaban en la miseria a consecuencia de las guerras, de las malas cosechas o por enfermedad. En tal caso, los recursos materiales son muy poca cosa, lo más necesario es la simpatía. Francisco disponía de tesoros para pro– digarlas. Era bien pagado, en cambio, porque todo los sufri– mientos son hermanos, y entre los corazones turbados por los dolores más diversos se establecen secretos entendi– mientos. Los pobres comprendían que su amigo también sufría, y si no comprendían precisamente el porqué, olvidaban sus tristezas compartiendo las tristezas de su bienhechor. El dolor es el cemento del amor. Para amarse realmente hay que haber entremezclado sus lágrimas. Hasta ahora no hemos visto que alguna influencia es– trictamente eclesiástica obrara sobre Francisco. Sin duda que existía en su corazón ese germen de fe cristiana que nos penetra aún sin nosotros saberlo; pero el trabajo de transformación interior que se operaba en él es todavía en ese momento fruto de intuición personal. Este período se acercaba a su fin. Su pensamiento iba a manifestarse, y por eso sólo iba a recibir la in– fluencia de las circunstancias. Francisco hallará en la enseñanza cristiana direcciones que darán formas pre– cisas a ideas entrevistas vagamente; pero también ha de encontrar cuadros en los que su pensamiento ha de per– der algo de su originalidad y de su vigor: el vino nuevo será vertido en viejos odres. Sin embargo, la calma le ganaba; hallaba en la con– templación de la naturaleza goces que había experi– mentado antes a la ligera, casi inconscientemente, y que ahora aprendía a saborear. No bebía en ello tan sólo la tranquilidad interior; sentía nacer en su interior com-

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