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35 solo, se sufre solo: es el combate nocturno, misterioso y solitario de Bethuel. El alma de Francisco era suficientemente elevada y bien templada como para resistir ese trágico duelo. Su amigo comprendió maravillosamente bien el papel que le correspondía. Daba algunos raros consejos; pero la ma– yor parte del tiempo se limitaba a manifestar su solici– tud acompañando constantemente a Francisco, y no in– tentando nunca enterarse más que de lo que se le decía espontáneamente. Amenudo Francisco se dirigía a una gruta en la cam– piña de Asís, en la que penetraba solo. Este antro rocoso, escondido entre olivos, debería ser para los fieles fran– ciscanos lo que es Gethsemani para los cristianos. Francisco desahogaba su corazón en gemidos. A ve– ces, lleno de verdadero horror por los desórdenes de su juventud, imploraba misericordia, pero las más veces di– rigía sus miradas hacia el porvenir; buscaba febrilmente la verdad superior a la que pudiera consagrarse, esa perla de gran precio de que habla el Evangelio: "Quien busca, encuentra; quien pide, recibe; y se abre a quien llama". La palidez de su rostro, la tensión dolorosa de sus rasgos revelaban bien claramente, cuando salía después de largas horas, el vigor de sus demandas y la violencia de sus llamados. El hombré interior, para hablar como los místicos, no se había formado en el todavía, pero sólo faltaba una ocasión para provocar la ruptura definitiva con el pa– sado; se presentó bien pronto. Sus amigos se esforzaban continuamente en arras– trarle a sus primeros pasos. Un día invitó a todos a magnífico festín. Creyeron haber ganado la batalla y, corno en otro tiempo, le proclamaron rey de la fiesta. El banquete se prolongó muy entrada la noche; des– pués los convidados salieron a la calle, que llenaron con sus cantos, sus risas y sus gritos. De repente advirtie– ron que Francisco no .se encontraba entre ellos. Des-

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