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CAPITULO II LAS ETAPAS DE LA CONVERSION (PRIMAVERA, 1204. -- PRIMAVERA, 1206) De vuelta en Asís, Francisco reinició en seguida su mis– mo tren de vida; tal vez puede decirse que quiso en cierto modo ganar el tiempo perdido. Diversiones, juegos, fes– tines y orgías recomenzaron, y Francisco se arrojó en ello de tal modo que cayó gravemente enfermo. Durante largas semanas vió la muerte tan cerca que la crisis física terminó por provocar una crisis moral. Tomás de Celano nos ha conservado un rasgo de su con– valescencia: recobraba poco a poco las fuerzas, y comen– zaba a andar por la casa, cuando un día quiso salir para contemplar tranquilamente la naturaleza y volver a to– mar posesión de la vida. Apoyado sobre un bastón, se dirigió hacia la puerta de la ciudad. La más cercana, llamada Porta l{uova, es precisa– mente la que da sobre los más hermosos puntos de vista. Desde que la cruza, uno se encuentra en pleno campo: un repliegue del terreno oculta la ciudad, de la que ya no llega ningún rumor. Hacia adelante las sinuosidades del camino de Foligno; a la izquierda, las masas impo– nentes del monte Subasio; a la derecha, todo el valle umbriano con sus quintas, sus villorrios, sus colinas va– porosas sobre cuyos flancos los pinos, los cedros, las en– cinas, la viña y el olivo expanden una alegría y una ani– mación incomparables. Toda esta comarca es de una bri– llante belleza, pero de una belleza armoniosa y humana, quiero decir, hecha a la medida del hombre. Francisco había esperado revivir en ese espectáculo las deliciosas impresiones de su adolescencia. Aspiraba, con esa sensibilidad aguzada propia de los convalescien-

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