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325 ¡Me_ rodearán los justos! ¡Los justos, los santos de todos los tiempos están es– perándome a fin de que con ellos vaya a glorificar vuestro nombre! Abrió otra vez los ojos para fijarlos sobre las cosas in– visibles. . . y un largo suspiro anunció que su oración había sido oída: el supremo misterio se había cumplido. Fué el sábado 3 de octubre de 1226, al caer la noche. Todavía los hermanos contemplaban su faz con la esperanza de ver alguna traza de vida, cuando innume– rables alondras vinieron cantando a posarse sobre el techo de su celda (1), como para saludar al alma que acaba de elevar su vuelo, y hacer al Poverello la cano– nización más digna, con la que nunca soñó. Al día siguiente, al despuntar el alba, los habitantes de Asís descendieron en busca del cuerpo de Francisco y para rendirle triunfales funerales. Por una idea piadosa, en vez de ir rectamente a la ciudad, hicieron un rodeo para pasar por San Damián, y de esa manera se cumplió la promesa hecha por Fran– cisco a las hermanas, algunas semanas antes, de ir a verlas una vez más. Su dolor fué desgarrador. Esos corazones de mujeres se rebelaban contra el absurdo de la muerte, pero aquel día sólo hubo lágrimas en San Damián. Los hermanos olvidaron su tristeza al contemplar los estigmas. En cuanto a los habitantes de Asís, manifestaron indescriptible alegría al entrar al fin en posesión de su reliquia. Se la depositó en la iglesia de San Jorge (2). Menos de dos años después, el domingo 26 de julio de 1228, Gregario IX concurrió a Asís para presidir per- (1) Esa celda fué transformada en capilla y se halla a algunos metros de la pequeña iglesia de la Porciúncula. Iglesia y capilla quedaron en- cerradas en la gran basílica de Nuestra Señora de los Angeles. · (2) Subsiste aún, yuxtapuesta a la iglesia de Santa Clara, y sirve de coro a las religiosas (Clarisas - Urbanistas) de ese monasterio.

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