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318 verdadero o histórico. En esto, como siempre, Grego– rio IX se mostró muy poco preocupado de lo que San Francisco había dicho. Por esa bula Quo Elongati de 30 de septiembre de 1230, abría la larga serie de pontífices que decretaron no lo que se lee en la Regla, sino lo que se debe leer. Como consecuencia natural, lo que hace un decreto otro decreto puede deshacerlo, y así se vió, muy pronto, a Inocencio IV dar a un parágrafo sentido diferente del que le había asignado su predecesor quince años antes. Sintiéndose así apoyados por el Pontífice reinante, los hermanos que aspiraban a un gran papel científico o a entrar en posesión de los bienes de antiguas Ordenes caídas en decadencia, hicieron expiar duramente a los de– fensores de la pobreza perfecta su apego a las últimas voluntades de Francisco: Cesáreo de Spira murió por las violencias del hermano al que se confió su guarda; el primer discípulo, Bernardo de Quintavalla, acorralado como una bestia feroz, pasó dos años en las selvas de Monte Setro escondido por un leñador; los otros primeros compañeros de Francisco que no consiguieron huir, tu– vieron que sufrir los más duros tratos. En la Marca de Ancona, hogar de los Espirituales, el partido vencedor obró con terrible violencia. El Testamento fué confis– cado y destruído, se llegó hasta quemar.lo sobre la ca– beza de un hermano que se obstinaba en querer obser– varle (1). TESTAMENTO "He aquí de qué manera ·el Señor me concedió, a mí, her– mano Francisco, que empezara a hacer penitencia: cuando yo vivía en el pecado, me era muy penoso ver a leprosos; pero el Señor mismo me condujo entre ellos, y me dediqué con ellos a la obra de misericordia. Cuando los dejé, lo que me había parecido amargo me resultó dulce y fácil. Después, poco tiempo después, dejé el mundo, y el Señor (1) Este hecho parece bien probado, pues lo invocó Hubertino de Casal en una comunicación dirigida al Papa, en respuesta a los hermanos puestos en libertad, a los que debía ser comunicada. ·