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CAPITULO XXI TESTAMENTO Y MUERTE DE SAN FRANCISCO (FIN DE SEPTIEMBRE - 3 DE OCTUBRE DE 1226) Los últimos días de la vida de Francisco son de radiosa belleza. Marchó hacia la muerte cantando, dice Tomás de Celano para resumir la impresión de quienes entonces le vieron. Su regreso en la Porciúncula después de la larga detención del obispado, no sólo fué una alegría verda– dera para su corazón: . el aire puro y libre en medio de la selva debió causarle un real bienestar físico: ¿el Cán– tico de las criaturas no parece hecho expresamente para ser entonado por la tarde en los días de otoño tan lumi– nosos y dulces en Umbría, en que toda la naturaleza se recoge para murmurar, también ella, su himno de amor al hermano sol? Se adivina en Francisco esa desaparición casi abso– luta del dolor, esa renovación de vida, que antecede con frecuencia a la proximidad de la catástrofe final.· Aprovechó de ello para dictar su Testamep,to. Hay que acudir a esas páginas en demanda de la nota justa para esbozar la vida de su autor y hacerse una idea de la reforma con que había soñado. En ese monumento de incontestable autenticidad, y que es la manifestación más solemne de su pensamiento, el Poverello se revela por entero con virginal candor. En esas páginas su. humildad es de una sinceridad que impone; es absoluta sin que se piense en hallarla exagerada. Sin embargo, cuando se trata de su misión habla con seguridad tranquila y serena. ¿No .es emba– jador de Dios?, ¿no proviene su mensaje de Cristo mismo?

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