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314 nas haya terminado por cansarlo. Pero Francisco no quiso ceder; su unión con Dios era demasiado dulce para que se decidiera a dejar de cantar. Se resolvió al fin transportarlo a la Porciúncula. Su deseo de expirar cerca de la humilde capilla en la que había oído la voz de Dios consagrándolo apóstol, iba a cumplirse. Sus compañeros, encargados de su precioso fardo, to– maron a través de los olivos el sendero del llano. De tanto en tanto el enfermo, incapaz de distinguir nada, preguntaba dónde se hallaba. Cuando estuvieron a mitad de camino, en el hospital de los Cruciferarios (1), desde donde se puede abrazar todas las casas de la ciudad de una sola mirada, rogó que se le sentara en tierra vuelto hacia la ciudad, y alzando la mano dijo adiós a la tierra natal y la bend_ijo. (1) Subsisten algunas ruinas de ese convento, encastradas en 1011 ed!fi<;iios de la "Casa Gualdl".

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