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309 cuerpo y los demonios roerán su alma, y así perderá su alma y su cuerpo. "Yo, hermano Francisco, vuestro pequeño servidor, os ruego y os conjuro por el amor que es Dios, pronto a besaros los pies, a recibir con humildad y amor esas pa– labras y todas las demás de nuestro Señor Jesús-Cristo y de conformar a ella vuestra conducta. Y que los que las reciben devotamente y las comprendan, las transmi– tan a otros. Y si así perseveran hasta el fin, benditos sean por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén." ~ Si acaso Francisco escribió una regla para la Orden Tercera, debió parecerse mucho a esa epístola, y en tanto que se encuentre ese problemáticó documento, la carta indica lo que fueron en sus orígenes las asociaciones de Hermanos de la Penitencia. En esas largas páginas todo se encamil'ia al desenvolvimiento de la vida religiosa y mística en el corazón de cada cristiano. Pero ya en el momento en que Francisco las dictaba, esa elevación de propósito era una utopía, y la Tercera Orden no era casi más que otro batallón en los ejércitos del papado. Se ve ahora cómo las epístolas que acaban de ser exa– minadas proceden en definitiva de una sola y misma inspiración. Que deje instrucciones para sus sucesores, los ministros generales, que escriba a todos los miembros presentes y futuros de su Orden, a todos los cristianos, o al clero, Francisco sólo tiene un fin: continuar predi– cando hasta después de su muerte, y quizás, también, redactando su mensaje de paz y amor, impedir que sea completamente alterado o desconocido. Relacionadas con esas horas dolorosas que las vieron nacer, forman un conjunto cuyo alcance y significación se acentúan singularmente. En ellas, como en la Regla de 1221 y en el Testamento, hay que buscar el verdadero espíritu franciscano. La negligencia y sobre todo los tormentos que turba– ron más tarde la vida de la Orden, explican la desapari– ción de algunos otros documentos que vendrían a arrojar un rayo de poesía y de alegría sobre esas tristes jor-