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29 charse de la conquista de su libertad. El bajo pueblo, que había adquirido en esta revolución conciencia de su fuerza, quiso ampliar la victoria, apoderándose de los bienes de los nobles; éstos se refugiaron en sus casas for– tificadas en el interior de la ciudad o en sus castillos de los alrededores. Se incendiaron muchos castillos; los con– des y los barones se dirigieron entonces a las ciudades vecinas en demanda de ayuda y de socorro. Perusa se. encontraba entonces en el apogeo de su poder y había realizado antes esfuerzos para dominar a Asís. Acogió con entusiasmo a los tránsfugas y haciendo de la causa de éstos la suya propia, declaró la guerra. Era en 1202. Tuvo lugar un encuentro en el llano, más o menos a mitad de camino entre las dos ciudades, no lejos del Ponte San. Giovanni. Los de Asís fueron vencidos, y Francisco, que formaba en sus filas, fué hecho prisionero. La traición de los nobles no había sido general; al– gunos habían luchado del lado del pueblo. Fueron lle– vados como rehenes por los vencedores. Francisco, en consideración a la nobleza de sus costumbres, pasó entre los. rehenes, y no con los po-polani, el tiempo de su cau– tividad, que duró un año. Sorprendió a muchos de sus compañeros por su ale– gría. Muchas veces le creyeron casi loco. En vez de pasar sus días gimiendo y renegando, hacia planes para el futuro, de los que hablaba con complacencia en todo momento. Se imaginaba la vida como la pintaban los cantos de los trabajadores; soñaba con aventuras glo– riosas y terminaba siempre diciendo: Verán ustedes que un día seré adorado por el mundo entero. Por último se llegó a una transacción entre los con– des y el pueblo de Asís. En noviembre de 1203, los ár– bitros designados por ambas partes pronunciaron su sen– tencia: la Comuna de Asís debía repar~r, en cierta me– dida, los daños causados a los bienes de los señores, y éstos se obligaban, por su parte, a no entablar ninguna

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