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307 fuera de toda religión revelada por las almas superiores para descubrir el deber? Muy poca cosa, en verdad: tan sólo difieren las palabras, la acción es la misma. Con todo, la solicitud de Francisco se extendía mucho más allá de los límites de la Umbría. Su epístola más extensa se dirige a todos los cristianos: en ella las pala– bras poseen algo tan vivo, que parece oírse detrás de ellas un ruido de voces; y esa voz, habitualmente serena como la que proclamó sobre la montaña de Galilea la ley de los tiempos nuevos, es por momentos de una dulzura in– decible, como la que se oyó en el cenáculo la tarde de la primera eucaristía. Como Jesús olvidó la cruz que se levanta en la som– bra, Francisco olvida sus sufrimientos, e invadido por divina tristeza, piensa en esa humanidad por cada miem– bro de la cual quisiera dar su vida; piensa en sus hijos espirituales, los Hermanos de la Penitencia, que va a abandonar sin haber podido hacerles sentir, como hu– biera querido, el amor en que arde por ellos: "¡ Padre, les he dado las palabras que me habéis dado . . . os ruego por ellos!". Todo el Evangelio franciscano está contenido en esas breves páginas, pero para comprender la fascinación que ejerció, habría que pasar primero por la escuela de la Edad Media, y escuchar los interminables torneos dialéc– ticos con los que se secaban las inteligencias; habría que ver la Iglesia del siglo XIII, roída por la simonía y la lujuria, y no consiguiendo hac;er más que algunos inútiles esfuerzos para contener el mal, sólo bajo la presión de la herejía y de la rebelión. "A todos los cristianos, religiosos, clérigos o laicos, tanto hombres como mujeres, a todos los que habitan en el mundo entero, hermano Francisco, su servidor bien su– miso, presenta sus saludos y desea la verdadera paz del cielo y un sincero amor en el Señor. "Siendo servidor de todos los hombres, debo servirles y dtspensarles las saludables palabras de mi Maestro.

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