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306 atrevía a tocar la cabeza del Señor, si al sepulcro en el cual reposó tan corto tiempo se le rinde culto tan grande, ¡oh!, cuán santo, puro y digno debe ser el sacerdote que toca con sus manos, que recibe en su boca y en su corazón y que distribuye a los demás Jesús vivo, glorificado, cuya vista regocija a los ángeles! Comprended vuestra digni– dad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo. ¡Oh, qué gran miseria y qué horrible imperfec– ción, si lo tenéis ante vosotros, y os preocupáis de otra cosa! ¡Que todo hombre se pasme, que el mundo entero tiemble, que el cielo se estremezca de alegría cuando, sobre el altar, entre las manos del sacerdote, desciende el Cristo, el Hijo de Dios vivo! ¡Oh, profundidad admira– ble! ¡Oh, sorprendente favor! ¡Oh, triunfo de la humil– dad! He ahí que el amo de todas las cosas, Dios, y el Hijo de Dios se humilla para nuestra salvación, hasta disi– mularse bajo la apariencia de un poco de pan. "Contemplad, hermanos míos, esa humildad de Dios y expandid vuestros corazones ante él; humilláos, vos– otros también, a fin de que también seáis levantados por él. No guardéis para vosotros nada de vosotros, a fin de que os reciba por entero aquel que se da a vosotros por entero." Se ve por esas líneas con qué vigor de amor, el cora– zón de Francisco había aprehendido la idea de la co– munión. Termina por largos consejos dados a los hermanos, y después de haberlos conjurado a guardar fielmente sus promesas, todo su misticismo se exhala y se resume en una oración de admirable simplicidad. "Dios todopoderoso, eterno, justo y misericordioso, concedednos, a nosotros pobres desgraciados, hacer por amor de vos lo que sabemos es vuestra voluntad, y querer siempre lo que os place; de manera que interiormente pu– rificados, iluminados e inflamados por el fuego del Es– píritu Santo, podamos segun· las huellas de vuestro Hijo bien amado, nuestro Señor Jesús-Cristo." ¿ Qué es lo que separa esta oración del esfuerzo hecho

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