BCCCAP00000000000000000000793

302 el mundo que, habiendo pecado, tanto como se puede pe– car, y viniendo ante ti, pueda alejarse sin haber recibido tu perdón. Y si él no lo implora, tú pregúntale si no lo desea. "Y volverá mil veces ante ti, ámale más que a mí mismo, a fLr1 de encarrilarle en el bien. Ten siempre pie– dad de esos hermanos." Estas palabras indican muy bien cómo Francisco ha– bía dirigido en otro tiempo la Orden: ese papel pura– mente afectivo, de tierna abnegación, que soñaba para los ministros generales, ¿era posible a la cabeza de una familia que extendía sus ramas sobre el mundo entero? Sería temerario pronunciarse, porque entre sus suceso– res no han faltado espíritus distinguidos y corazones ex– cepcionales; pero, salvo para Juan de Parma y otros dos o tres, ese ideal contrasta violentamente con la realidad: el mismo San Buenaventura arrastrará a su Maestro y amigo, ese mismo Juan de Parma, ante un tribunal ecle– siástico, le hará condenar por él a prisión perpetua, y será necesaria la intervención de un cardenal ajeno a la Orden para hacer conmutar dicha pena. Los gritos de dolor lanzados por Francisco moribundo sobre la caída de la Orden serían menos si no se compli– caran con el reproche de cobardía que se dirigía a sí mismo. ¿Por qué había desertado su puesto, abandonado la dirección de su familia, sino por pereza y por egoísmo? Y ahora era demasiado tarde para reaccionar, y en horas de horrible angustia se preguntaba si Dios no le haría responsable de ese fracaso. . "¡Al1i, si puedo concurrir al capítulo general -sus– piraba-, les mostraré cuál es mi voluntad." Llegó a vérsele, quebrado por la fiebre, levantarse de golpe en su lecho, gritando con violencia desesperada: "¿Dónde están los que me han arrebatado a mis herma– nos? ¿Dónde están los que me han robado mi familia?" ¡Ay!, los verdaderos culpables estaban más cerca de lo que él se imaginaba. Los ministros provinciales, en los que parece haber pensado más al proferir esas pa-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz