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299 ansias de volver a contemplar el horizonte de la tierra natal, la Porciúncula, San Damián, las Carceri, todos ·aquellos senderos y aldeas que se ven desde las terrazas de Asís, y que le despertaban tan dulces recuerdos. En vez de ir por el camino más corto, se hizo un largo rodeo por Gubbio y Nocera, para evitar Perusa, por temor a alguna tentativa de sus habitantes de apoderarse del santo. Reliquia tal como el cuerpo de Francisco no podía valer mucho menos que el clavo santo o la lanza santa. Por mucho menos lucharon ciudades enteras. Se detuvieron un poco cerca de Nocera, en la ermita de Bagnara, al pie del Monte Pennino. La inquietud vol– vió a ganar a sus compañeros. La hinchazón que se ha– bía manifestado en los miembros inferiores iba ganando a la parte superior del cuerpo. Los habitantes de Asís se enteraron de ello, y queriendo prevenirse contra todas las eventualidades, enviaron sus gentes de armas para proteger y apresurar el retorno del santo. Acompañando a Francisco se detuvieron en la aldea de Satriano (1) para comer, pero rogaron inútilmente a los habitantes que les vendieran algunas provisiones. Al enterarse Francisco del percance, conociendo muy bien a aquellos buenos campesinos, dijo: -Si hubiérais pedido de comer sin ofrecer pagar, ha– bríais tenido todo lo que deseáis. Tenía razón, porque habiendo seguido su consejo, sus acompañantes recibieron todo lo que deseaban. La llegada del cortejo a Asís fué saludada con ale– gría frenética. Esta vez los compatriotas de Francisco estaban seguros de que su santo no moriría en otro lugar. Las costumbres a este respecto han cambiado dema– siado como para poder comprender la felicidad de poseer un cuerpo santo. Nombrad por casualidad a San An- (1) Satriano, que entonces era un pueblo, no es hoy más que una casa, al pie de las escarpas de Sasso-Rosso, a algunos minutos del punto en que estaba --y en donde todavía está hoy- el limite del territorio de Asís.

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