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298 tran tan sólo que la imaginación de quienes le rodeaban se había exaltado extraordinariamente; los menores in– cidentes tomaban en seguida contornos milagrosos. Los documentos no dicen cómo se decidió a partir para Siena. Parece que residía en esa ciudad un médico muy conocido como oculista. El tratamiento prescripto por él no tuvo más éxito que los anteriores; pero con el re– torno de la primavera, Francisco hizo un nuevo esfuerzo para reingresar en la vida activa. Se le halla descri– biendo el monasterio franciscano ideal, y otro día ex– plicando a un Dominicano un pasaje de la Biblia. Este, doctor en teología, quiso ridiculizar a la Orden rival, mostrando a su fundador como incapaz de inter– pretar un versículo algo difícil. -Mi buen padre -le dijo-, ¿cómo entendéis estas pa– labras del profeta Isaías: "Si no denunciáis al malo su impiedad, yo os volveré a pedir su alma"? Conozco a muchos hombres que se hallan en estado de pecado mor– tal, y sin embargo no me encuentro siempre en disposi– ción de reprocharles sus vicios. ¿Soy, pues, responsable de sus almas? Francisco se excusó primero, alegando ignorancia, pero apurado por su interlocutor, terminó por decir: -Sí, el verdadero servidor, recupera sin cesar al malo, pero lo obtiene sobre todo por su conducta, por la verdad que resplandece en sus palabras, por la luz de su ejemplo, por todo el resplandor de su vida. Bien pronto sufrió una recaída tan grave que los Her– manos creyeron llegado su último día. Les asustó sobre– manera sus vómitos de sangre, que le pusieron en un estado de postración extrema. Acudió el hermano Elías. A su llegada el enfermo experimentó tal mejoría que se pudo acceder a su deseo de que lo transportasen a Umbría. Hacia mediados de abril se pusieron en camino en direc– ción a Cortona. Era el camino más fácil, y la deliciosa ermita de los Cene, cerca de esa ciudad, era una de las más apropiadas para que pudiera tener algún reposo. Permaneció, sin duda, en ella muy poco tiempo; sentía