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297 El buen Dios se apiadó de él; a la noche siguiente le envió un ángel invisible a que le diera un concierto tal como no se oyó otro igual sobre la tierra. Francisco iba perdiendo, agregan los Fioretti, todo sentimiento corpo– ral; y, en un momento, la melodía se hizo tan dulce y penetrante, que si el ángel hubiera dado un golpe de arco más, el alma del enfermo habría abandonado su cuerpo. Parece que hubo alguna mejoría en su estado cuando los médicos lo abandonaron, pues durante los meses de aquel invierno (1225-1226) concurrió a las ermitas más distantes de la comarca, y desde que se sentía con alguna fuerza quería ponerse a predicar. Fué a pasar las fiestas de Navidad a Poggio Busto– ne (1), a donde concurrió en multitud el pueblo de todos los alrededores para verle y oírle: -Todos vosotros acudís -dijo- creyendo encontrar a un gran santo, ¿qué diréis al saber que he comido carne durante todo el Adviento? En San Eleuterio, en los días de los fríos más inten– sos, que le hacían sufrir mucho, había cosido sobre su tú– nica y la de su compañero trozos de paño, para hacerla más abrigada. Un día su compañero apareció con una piel de zorro, que quiso aplicar a la túnica del Maestro. Francisco quedó muy contento, pero sólo permitió ese exceso de complacencia para su cuerpo a condición de que un trozo de la piel fuera ostensiblemente colocado sobre el pecho. Todos esos rasgos, casi insignificantes en apariencia, muestran cómo hasta en las cosas más nimias detestaba la hipocresía. No le seguiremos a su querido Greccio, ni a la ermita de San Urbano, colgada de una de las cimas más altas de la Sabinia. Los relatos que tenemos sobre la corta aparición que allí hizo entonces, nada nuevo nos ense– ñan sobre su carácter o sobre la historia de su vida. Mues- (1) Pueblo a tres horas de marcha al norte de Rieti. La celda de Fran-:Jlsco todavía existe sobre la montaña, a tres cuartos de hora de la localidad.

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