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296 mente llamaba "hermano asno", y el fracaso de su ideal? No lo sabemos. Si tuvo sentimientos de esa naturaleza, los que le rodeaban no eran gentes capaces de compren– derlos, y sería ingenuo esperar la expresión de ellos bajo su pluma. Bien pronto sufrió una recaída y pidió ser transpor– tado a Fonte-Colombo, ermita a una hora de la ciudad, perdida en medio de árboles y accidentadas rocas. Se había retirado varias veces al mismo lugar, sobre todo cuando preparó la Regla de 1223. Los médicos, después de haber agotado el arsenal te– rapéutico de la época, decidieron recurrir a las cauteri– zaciones: se trataba de pas_ar sobre su frente una barra de hierro calentado al blanco. Cuando el pobre paciente vió que traían la estufilla con los instrumentos, tuvo un instante de miedo; pero de inmediato, haciendo sobre el hierro incandescente el signo de la cruz: -Hermano hierro -dijo-, eres bello entre todas las criaturas, seme propicio en esta hora; sabes cómo siem– pre te he amado, seme, pues, cortés hoy. Un momento después, cuando sus compañeros, que no habían tenido valor para permanecer junto a él durante la operación, volvieron: -¡Oh, gentes pusilánimes! -les dijo sonriendo-, ¿por qué habéis huido? No he sentido ningún dolor. Hermano médico, si es necesario podéis recomenzar. Esta cruel tentativa no tuvo más éxito que los demás remedios. Se hizo por avivar las llagas de la frente, aplicando sobre ellas emplastos, colirios, y hasta practi– cando incisiones, el único resultado fué aumentar los su– frimientos del enfermo. Un día, en Rieti, a donde se le había transportado de nuevo, pensó que un poco de música disminuiría sus do– lores. Llamó a un hermano, en otro tiempo hábil guita– rrista, y le rogó que pidiera prestado un instrumento; pero éste tuvo miedo del escándalo que podían provocar, y Francisco se resignó.

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