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292 Durante una noche de insomnio, oyó una voz que le decía: "Si tuvieras fe, grande como un grano de mos– taza, dirías a esa montaña quítate de ahí, y ella se qui– taría". Esa montaña, ¿no era la de sus sufrimientos, la tentación del murmurio y de la desesperación? "Que se cumpla, Señor, según vuestra palabra", respondió con toda su alma, y en seguida se sintió como liberado. Debió sentir bien pronto que la montaña sólo había cambiado de lugar, pero durante algunos días pudo des– viar sus ojos de ella, pudo olvidar su existencia. Por un momento tuvo la idea de hacer venir al her– mano Pacífico, rey del verso, para corregir el Cántico; habría querido que se unieran a él cierto número de her– manos que hubieran ido con él a predicar de pueblo en pueblo. Después de la predicación cantarían el Himno del Sol, y habrían terminado diciendo a la multitud re– unida alrededor de ellos sobre las plazas públicas: "So– mos juglares de Dios. Deseamos ser recompensados por nuestro sermón y por nuestra canción. Nuestro pago será que perseveréis en la penitencia". "¿No son, en efecto, los servidores de Dios -decía-, como juglares destinados a levantar los corazones de los hombres y llevarlos a la alegría espiritual?" Había retornado el Francisco de las primeras ebrie– dades, el laico, el poeta, el artista. El Cántico de las criaturas es muy bello: le falta, sin embargo, una estrofa, que si no estuvo sobre los labios de San Francisco, estuvo ciertamente en su coarzón: Alaba.do seáis, Señor, por hermana Clara; la habéis hecho silenciosa, activa y sutil, y por ella vuestra luz brilla en nuestros corazones.

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