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289 sus males. Durante quince días su ceguera fué tan com– pleta que no distinguía ni la luz. Los cuidados que le prodigaron no tuvieron resultado alguno, desde que pa– saba cada día largas horas llorando. Lágrimas de penitencia, decía él mismo, pero también de pena. ¡Oh, qué diferentes eran de aquellas lágrimas de los instantes de inspiración y de emoción que corrían por su cara iluminada de alegría. Se le vió, en aquellos momentos, recoger dos trozos de madera, y acompañán– dose con ese violín rústico, improvisar en francés cánticos en que se expandía la emoción de su corazón. Pero aquel resplandor de genio y de esperanza había desaparecido. Raquel llora a sus hijos y no quiere ser consolada, porque ya no existen. Hay en las lágrimas de Francisco ese mismo quia non sunt para sus hijos espi– rituales. Pero si hay dolores irremediables, no existen dolores que no puedan a la vez exaltarse y dulcificarse cuando los soportamos al lado de los que nos aman. A este respecto, sms compañeros no podían prestarle socorro alguno. Los consuelos morales sólo son posibles entre iguales, o cuando dos corazones están unidos por una pasión mística tan grande que se comprenden y se confunden. -¡Ah, si los hermanos supieran todo lo que sufro -decía San Francisco días antes de la impresión de los estigmas-, cuánta compasión y piedad sentirían por mí! Pero los hermanos al ver a aquel que les había im– puesto la alegría como un deber ponerse cada vez más triste y mantenerse apartado, se imaginaban que era atormentado por tentaciones diabólicas. Clara adivinó lo inexpresable. En San Damián su amigo volvía a ver todo el pasado: ¡cuántos recuerdos vi– vidos en un instante! Allí el olivo al cual, brillante caba– llero, ataba su cabalgadura; allá, -el banco de piedra en que se sentaba su amigo, el sacerdote de la pobre capi– lla; más lejos el escondrijo en que se refugió para escapar

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