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288 do terribles juramentos y maldiciendo a Francisco; pero éste habló con tanta alegría que consiguió hacerle olvidar el frío y su malhumor. Al día siguiente el santo llegó a la Porciúncula. Pa– rece que no hizo allí más que una corta aparición y partió en seguida para ir a evangelizar el sur de Umbría. No tenemos cómo seguirle en esta misión. El hermano Elías le acompañaba, no ocultándole las inquietudes que sentía por su vida, al verle tan extenuado. Desde el retorno de Siria (agosto de 1220) no había cesado de debilitarse, pero, en cambio, su ardor redoblaba día a día. Nada le detenía, ni sus sufrimientos, ni las so– licitaciones de sus hermanos; montado en un asno reco– rría a veces tres o cuatro pueblos en una sola jornada. Un trabajo tan excesivo provocó una enfermedad aún más penosa que las precedentes, y corrió peligro de per– der la vista. Entretanto, una sedición obligó a Honorio III a aban– donar Roma (fin de abril de 1225). Después de algunas semanas pasadas en Tivoli, se radicó en Rieti, donde su estada se prolongó hasta fines de 1226. El arribo del Papa provocó la llegada a la ciudad, con toda la corte pontifical entera, de muchos médicos re– nombrados; así el cardenal Hugolino, al enterarse de la enfermedad de Francisco, lo llamó a Rieti para hacerle curar. Pero a pesar de las instancias del hermano Elías, Francisco dudó mucho en aceptar esa invitación. Le pa– recía que un enfermo no tiene más que hacer que ponerse pura y simplemente en las manos del Padre celeste. ¿Qué significa el sufrimiento para un alma ya fijada en Dios? Elías, sin embargo, terminó por convencerle, y se de– cidió la partida; antes quiso ir Francisco a despedirse de Santa Clara y reposar un poco a su lado. Se detuvo en San Damián mucho más tiempo de lo que había pensado en un principio (fin de julio-comien– zos de septiembre de 1225). Su llegada al querido mo– nasterio fué señalada por una recrudescencia terrible de

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