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27 Un día, mientras estaba ocupado con algunos com– pradores en la tienda de su padre, entró un mendigo pidiendo caridad por amor de Dios. En un momento de impaciencia, lo despidió bruscamente; pero en seguida, arrepentido de su brutalidad, pensó: "¿Qué no habría hecho yo si ese hombre hubiera venido a pedirme algo en nombre del conde o del barón? ¿ Qué no he debido hacer cuando invocó el nombre de Dios!... ¡Soy :un villano!". Y dejando perplejos a los compradores, corrió para al– canzar al mendigo. Con todo, Bernardone, durante los primeros tiempos en que lo tuvo empleado, había quedado muy satisfecho de sus aptitudes comerciales; si su hijo sabía gastar de– masiado el dinero, también sabía muy bien ganarlo. Mas su satisfacción no duró mucho. Los malos compa– ñeros ejercían sobre Francisco la influencia más perni– ciosa. Llegó un momento en que no podía separarse de ellos, y desde que oía sus voces, lo abandonaba todo, sin que nada consiguiera retenerlo. Por aquel tiempo, la Umbría e Italia veían precipi– tarse los acontecimientos: después de una lucha formi– dable, las repúblicas aliadas habían forzado al Imperio a reconocerlas. Por la inmortal victoria de Legnano (29 mayo 1176) y la paz de Costanza (25 junio 1183), la Liga Lombarda arrancó a Federico Barbarroja todas las pre– rrogativas del poder, dejando del mismo al emperador tan sólo las insignias y las apariencias. De un extremo al otro de la península, visiones de libertad hacían latir a todos los corazones. Pareció por un instante que Italia entera iba a readquirir conciencia de su unidad, que iba a levantarse como un solo hombre para arrojar al extranjero fuera de sus fronteras; pero las rivalidades de las ciudades eran demasiado profundas para dejarles ver que la libertad local, sin la indepen-

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