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284 vidada, pero celebrada en el siglo XIII con ardor y celo muy naturales por una solemnidad que se podría cali– ficar de fiesta patronal de la cruzada. Francisco redoblaba sus ayunos y sus oraciones, trans– formado en Jesús por amor y por compasión, dice una leyenda. Pasó la noche que precedió a la fiesta solo, en oración, no lejos de la ermita. Al llegar la mañana tuvo una visión. En los cálidos rayos del sol levante que, después del frío de la noche, llegó para reanimar su cuerpo, distinguió de golpe una forma extraña. Un serafín, las alas desplegadas, volaba hacia él desde los confines del horizonte y le inundaba de voluptuo– sidades indecibles. En el centro de la visión aparecía una cruz, y el serafín estaba clavado en ella. Cuando la vi– sión desapareció, sintió mezclarse a las delicias del primer momento punzantes dolores. Turbado hasta lo más pro– fundo de su ser, buscaba ansiosamente el sentido de todo aquello, cuando vió sobre su cuerpo los estigmas del Cru– cificado (1) . (1) Es de notar que Tomás de Celano (1 Ce!. 95), así como todos los documentos primitivos, describen los estigmas como excrecencias car– nosas que recordaban por la forma y el color los clavos que atravesaron los miembros de Jesús. Nadie habla de heridas abiertas y sanguinolentas que fueron imaginadas más tarde. Unicamente la llaga del costado era una herida de la que salía un poco de sangre. En fin, Tomás de Celano dijo que después de la visión seráfica comenzaron a aparecer, cmperunt apparere signa clavorum.

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