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278 Se diría una inmensa piedra caída del cielo; es, en efecto, un bloque errático, posado allí un poco como un arca de Noé petrificada en la cima del monte Ararat. La masa basáltica, tallada a pique por todos lados, lleva en su cima una meseta, plantada de pinos y de hayas gigan– tescos, accesibles por un solo sendero (1). Tal es la soledad que Orlando dió a Francisco, y a la cual éste acudió muchas veces en busca de reposo y a la vez de recogimiento. Sentado sobre algunas piedras de la Penna (2), no oía más que el zumbido del viento en los árboles; pero en los esplendores de la aurora o del crepúsculo, podía contem– plar la mayor parte de las comarcas sobre las que había arrojado la simiente del Evangelio: la Romaña, la Marca de Ancona, que se perdía en el horizonte en las olas del Adriático; la Umbría y más lejos la Toscana, que desapa– recían en las aguas del Mediterráneo. La impresión en aquella altura no es aplastante como la que se tiene en los Alpes: nos invade una emoción de calma infinita y dulce; se siente uno como elevado para juzgar a los hombres desde arriba, y no os sentís, sin embargo, demasiado alto para olvidar sus existencias. Además de los amplios horizontes, Francisco hallaba allí otros motivos de encanto; en aquella selva, una de las más bellas de Europa, viven legiones de pájaros, que no habiendo sido jamás perseguidos y cazados, son de una sorprendente familiaridad (3). Sutiles perfumes se elevan del suelo, donde en medio de borrajas y líquenes, villas del Delfinado, presenta el mismo aspecto y la misma fo~mación geológica. Santa Odilla recuerda también el Alverno, pero es mucho más pequeño. (1) La cima está a 1269 metros de altura. En italiano se la llama la Verna, en latín Alvernus. La etimología, que ha excitado la sagacidad de los sabios, parece ser muy simple, el verbo vernare, empleado por Dante, significa hacer frío, helar. (2) Nombre del punto más elevado de la meseta, a tres cuartos de hora apenas del monasterio. (3) La selva ha sido conservada como una reliquia. Alejandro IV fulminó excomunión contra quien se atreviera a talar abetos del Alverno. En cuanto a los pájaros, basta haber pasado una tarde en el monasterio para quedar maravillado ante su gran número y sus variedades.

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