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26 tremos se dejó arrastrar el joven. Tomás de Celano y los Tres Compañeros coinciden en afirmar que llegó a los peores excesos. Más tarde se habló con más circuns– pección de su vida mundana. Sus relatos nada tienen de obscuros: no sólo el hijo de Bernardone imitó a los jóvenes de su edad, sino que ponía su orgullo en aventajarlos. A fuerza de rarezas, de bufonadas, de farsas, de pro– digalidades, terminó por conquistar una especie de cele– bridad. Se le veía constantemente en la calle con sus compañeros, llamando la atención por el lujo o la extra– vagancia de sus ropas. La alegre banda continuaba en sus hazañas durante la noche, y llenaban la ciudad con el ruido de sus cantos. Precisamente hacia la misma época trovadores reco– rrían las ciudades del norte de Italia e iban poniendo de moda las fiestas brillantes y sobre todo las cortes de amor; pero si exaltaban las pasiones, apelaban también a los sentimientos suaves y delicados: es lo que salvó a F,rancisco. En medio de sus desbordes fué siempre cortés y ama– ble, y se abstenía con cuidado de toda expresión baja y obscena. Su mayor preocupación era ya distinguirse de la vul– garidad. Atormentado por la necesidad de apuntar lejos y alto, se había en cierto modo apasionado por la caba– llería, y creyendo ver en la disipación uno de los rasgos distintivos de la nobleza se arrojó en ella de cuerpo y alma. Pero quien a los veinte años corre de fiesta en fiesta y no tiene absolutamente cerrado su corazón, tiene que advertir necesariamente, a lo largo del camino, que hay pobres que tienen hambre y que podrían vivir durante meses con lo que él gasta en algunas horas en futesas. Francisco los veía y, con su naturaleza impresionable, por un momento olvidaba todo lo demás. Imaginaba en– contrarse en su lugar, y les daba a veces todo el dinero que llevaba consigo y a veces hasta su propia ropa.

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