BCCCAP00000000000000000000793

274 verdugo para castigar al criminal, así envía Dios a los demonios, que en esto son sus ministros. . . ¿por qué me los ha enviado? He aquí la razón quizás: el cardenal ha querido ser bueno conmigo, y yo siento, en verdad, gran necesidad de reposo, pero los hermanos que van por el mundo, sufriendo hambre ·y mil tribulaciones, así como todos los demás que se encuentran en ermitas o en casas pobres, cuando conozcan mi estada en casa de un car– denal, tendrán motivo de murmurar: "Nosotros sufri– mos todas las privaciones, dirán, mientras que él tiene todo lo que puede desear"; yo debo, sin embargo, darles buen ejemplo; esa es mi verdadera misión. "Muy de mañana dejó, pues, la torre, y habiendo con– tado todo al cardenal, se despidió de él para retornar a la ermita de Fonte-Colombo, cerca de Rieti: "-Se me cree un santo -le dijo-, y ha sido nece– sario que vengan los demonios para arrojarme fuera de la prisión." Este relato, a pesar de sus colores extraños, muestra cuán poderoso era su instinto de la independencia. ¡Com– parar la hospitalidad de un cardenal con una prisión! No creyó expresarse tan bien y caracterizar con una pa– labra toda la historia de las relaciones de la Iglesia y de su Orden. La alondra no había muerto; a pesar del frío y del cierzo remontó su vuelo hacia el valle de Rieti. Era a mediados de diciembre. Un ardiente deseo de celebrar al natural los recuerdos de Navidad se apoderó de Francisco. Confesó su deseo a uno de sus amigos, el caballero Juan de Greccio, que se encargó de prepa– rar lo necesario. Imitar a Jesús ha sido en todo tiempo el centro mismo de la vida cristiana; pero hay que ser singularmente espiritualista para poder contentarse con la imitación interior. Para la mayor parte de los hombres ésta tiene necesidad de ser precedida y sostenida por la imitación exterior. Es el espíritu al que vivifica, pero en el país

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz