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273 especial, perdiendo de vista por completo la vida apos– tólica; su carrera, semieclesiástica, semilaica, los hacía capaces de llenar una gran cantidad de misiones delica– das. Para protestar contra esas· tendencias, Francisco sólo contaba con un arma, su ejemplo. "Un ciía -cuenta el Speculum- el bienaventurado Francisco fué a Roma para ver al obispo de Ostia (Hu– golino) , y después de permanecer en casa de éste algún tiempo, fué también a visitar al cardenal León, que sen- tía por él gran devoción. . "Era invierno; el. frío, el viento, la lluvia hacían el viaje cas~ imposible, de manera que el cardenal le rogó pasar algunos días en su casa y alimentarse, como los otros pobres que acudían para comer ... "-Te daré-agregó-, un buen albergue aparte, don• de puedas, si quieres, orar y comer. "Entcnces el hermano Angel, uno de los doce primeros discípulos, que estaba por entonces en casa del cardenal, dijo a Francisco: "-Hay cerca de aquí una gran torre separada y tran– quila, y estarás en ella como en una ermita. "Francisco fué a verla y le gustó. Volvió a ver al car– denal y le dijo: "-Monseñor, es posible que pase algunos días en vuestra casa. "Este quedó muy contento, y el hermano Angel fué a preparar la torre para el bienaventurado Francisco y su compañero. "Por la noche, cuando quiso conciliar el sueño, lle– garon los demonios para golpearle. Llamó a su compa– ñero y le dijo: "-Hermano, los demonios han venido a golpearme con violencia; quédate cerca de mí, te lo ruego, porque tengo miedo de estar solo. "Temblaba con todos sus miembros, como quien tiene fiebre. Pasaron la noche los dos sin dormir: "Los demonios están encargados de los castigos de Dios -decía Francisco-; como un podestá envía a su

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