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268 dor concernientes al porvenir de su familia espiritual, se halla su impresión en cada uno de sus pasos: "Vendrá el tiempo -dijo un día- en que nuestra Orden habrá perdido tan por completo su buen renombre que sus miembros se avergonzarán de mostrarse". Vió una noche en sueños una estatua de cabeza de oro puro, el pecho y los brazos de plata, el vientre de cristal, y las piernas de hierro. Pensó que era un presagio del porvenir reservado a su instituto. Creyó que sus hijos estaban atacados de dos enfer– medades, infieles a la vez a la pobreza y a la humildad; pero tal vez temió más para ellos el demonio de la ciencia que la tentación de las riquezas. ¿Qué pensaba de la ciencia? Es verosímil que jamás examinó 1.a cuestión desde el punto de vista general, pero no le costaba comprender que siempre habría demasiados alumnos en las Universtdades, y que si el esfuerzo cien– tífico es un culto :rendido a Dios, los adoradores de esa categoría no corrían el riesgo de faltar a ese culto; pero por más que miraba por todos lados no hallaba a nadie para cumplir la misión de humildad y de amor reser– vada a su Orden, si los hermanos llegaban a serle in– fieles. Así, pues, hay en su angustia algo más que el dolor de ver sus esperanzas confundidas. La derrota de un ejército no es nada en comparación a la derrota de una idea; y en él se había encarnado una idea, la de la paz y la felicidad dadas a la humanidad por la libertad re– conquistada sobre las trabas materiales y por el amor. Por un misterio inefable, se sentía el hombre de su siglo, el hombre en cuyo seno se resumían los esfuerzos, los deseos, las aspiraciones de los pueblos; con él, en él, por él, la hum.anidad quería renovarse y, para hablar con el Evangelio, nacer de nuevo. En eso consiste su belleza verdadera. Por ello, más que por vanas conformidades exteriores y facticias, es un Cristo. Lleva también él los dolores del mundo, y si se quiere

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