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25 diversiones en que pueden pavonearse: jugar a los sol– dados y "a la procesión" es el placer supremo de los niños de Asís. Durante el día se mantienen en las call~juelas. Por las tardes, cantando y danzando, se van a una de las plazas de la ciudad. Las plazas son uno de los en– cantos de Asís. A cada momento las casas se interrum– pen del lado del llano, y se da con una deliciosa terraza, con algunos árboles, hecha como a propósito para gozar, sin perder un detalle, de l9s esplendores del sol poniente. Sin duda que el hijo de Bernardone organizó partidas como las que todavía se ven: fué desde la infancia el príncipe de la juventud. . Tomás de Celano traza un cuadro horribJe de la edu– cación de entonces. Muestra a los padres como instiga– dores de los vicios de sus hijos y arrastrándolos al mal como a viv~ fuerza. Francisc9 se aprovechó en demasía de esas tristes lecciones. La profesión de su padre y el origen tal vez nobiliario de su madre lo alzaban al nivel de las familie:s nobles del país; el dinero, que él gastaba pródigamente, hizo lo demás. Contentos de poder divertirse a su costa, los jó– venes nobles formaron a su alrededor una especie de corte. En cuanto a Bernardone, era demasiado feliz de ver a su hijo alternar de igual a igual con los muchachos de la nobleza, para preocuparse por sus locuras. Era ava– ro, como lo veremos durante el desarrollo de esta historia, pero su presunción y su orgullo. eran más fuertes que su avaricia. Pica, su mujer, criatura dulce y modesta sobre la cual los biógrafos son demasiado lacónicos, veía todo eso y se afligía en silencio; pero llena de fe, como todas las ma– dres, no quería desesperar de su hijo, y cuando sus ve– cinas le hablaban de los desarreglos y desórdenes de Frán– cisco, respondía sin conmoverse: "¿Qué quiere usted? Confío que, si place a Dios, llegará a ser un buen cris– tiano". Palabras muy naturales en la boca de una ma– dre, a las que más tarde se atribuyó sentido profético. Sería muy difícil decir aproximadamente hasta qué ex-