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267 mera tentativa para reaccionar. Los últimos cinco años de su vida fueron de un esfuerzo incesante para protes– tar con su ejemplo y por sus palabras. En 1222 dirigió a los hermanos de Bolonia una carta llena de los más tristes presentimientos. En esa ciudad en que los Dominicanos, colmados de atenciones, estaban en tren de crearse una gran situación en la enseñanza, los Hermanos Menores se vieron más tentados que en otras partes de abandonar la senda de la simplicidad y de la pobreza. Las advertencias de Francisco revistieron colores tan sombríos y amenazadores, que después del famoso terre– moto del 23 de diciembre de 1222, que aterrorizó a toda la Italia septentrional, nadie dudó que él había anun– ciado la catástrofe. Había, en efecto, previsto una, que por ser completamente moral no fué menos horrible, y cuya visión le arrancó las más amargas imprecaciones: "Señor Jesús, escogisteis vuestros apóstoles en nú– mero de doce, y si uno de ellos os traicionó los otros per– manecieron unidos a vos, predicaron el santo Evangelio, llenos de una sola y misma inspiración; y he aquí que ahora recordándoos de los días antiguos, habéis suscitado la Religión de los Hermanos, a fin de sostener la fe, y a fin de que, por ellos, el misterio de vuestro Evangelio se cumpla. ¿Quién los reemplazará si, en vez de cumplir su misión y de ser para todos luminosos ejemplos, se les ve abandonarse a las obras de las tinieblas? ¡Ah!, que por vos, Señor, y por toda la corte celestial y por mí, vuestro indigno servidor, sean malditos los que por su mal ejemplo derriben y destruyan todo lo que habéis he– cho al comienzo, y lo que no cesáis de hacer por los santos de esta Orden." Este pasaje de Tomás de Celano, es decir, del más moderado de los biógrafos, muestra a qué diapasón dé vehemencia y de indignación pudo elevarse el dulce Fran– cisco. A pesar de los esfuerzos, bien naturales, hechos para arrojar un discreto velo sobre esas angustias del funda-
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