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266 ella vienen dos hijos y dos hijas, seguidos del servidor y de la criada con el equipaje. Esta ingenua imagen de la tiranía de las preocupa– ciones materiales que él había desechado, disipó su ten– tación. ¿Habrá que situar en la misma época otro rasgo de la leyenda que ocurre también en Sarteano? Nada así lo indica. Un día, un hermano al que preguntó: -¿De dónde vienes? Le respondió: -Vengo de tu celda. Esta simple contestación fué suficiente para que el tremendo amante de la Pobreza no quisiera retornar más a su celda. "Los zorros tienen sus cuevas -se complacía en re– petir-, y los pájaros del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del hombre no tuvo un lugar donde reposar la ca– beza. Cuando el Señor fué para ayunar y orar en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, no se hizo celda, ni casa, sino que se abrigó bajo una roca." No debe, pues, suponerse, como se ha hecho, que con el tiempo Francisco cambió de punto de vista. Al– gunos escritores eclesiásticos han pensado que como que– ría la multiplicación de su Orden, aceptó por ello su necesaria transformación. La idea es especiosa; pero en esto nos vemos reduci– dos a simples conjeturas: casi todo lo que se hizo en la Orden después de 1221, se hizo ya sin saberlo él, o contra su agrado y voluntad. Si se dudara de esta afir– mación basta con recorrer el manifiesto más solemne y también más adecuado de su pensamiento, su Testa– mento. Se expresa en él libre de todas las sugestiones que habían hecho contener la expresión de sus ideas, y le– vantarse con valentía para reivindicar el ideal primitivo, y oponerlo a todas las concesiones arrancadas a su debi– lidad. El Testamento no es un apéndice a la Regla de 1223, es casi su revocación. Pero es un error ver en él la pri-

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