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256 en el seno de las familias en las que las dignidades ecle– siásticas eran, por así decir, hereditarias. Tales obispos carecían de ordinario de dos cualidades esenciales de un buen prelado, a los ojos de Hugolino: el celo religioso y el celo eclesiástico. . Creía, pues, que los Hermanos Predicadores y los Her– manos Menores no sólo tendrían las virtudes de que los otros carecían, sino que serían entre las manos del pa– pado una jerarquía fuertemente centralizada, verdade– ramente católica, consagrada por entero a los intereses generales de la Iglesia. Las dificultades que se podían suscitar por parte de los capítulos que eligiesen a los obis– pos, así como de parte del alto clero secular, quedarían contrabalanceados por el entusiasmo del pueblo por pas– tores cuya pobreza les recordaría la primitiva Iglesia. Al final de los diálogos que tuvo con Francisco y con Domingo, les comunicó algunas de sus ideas, y les pidió su opinión sobre la elevación de sus hemanos a las pre– laturas. Hubo una disputa piadosa entre los santos para de– terminar quién respondería primero. Al fin, Domingo dijo simplemente que prefería ver a sus compañeros per– manecer tales como eran. A su vez, Francisco señaló que el nombre mismo de su instituto hacía la cosa imposible: "-Si mis hermanos han sido llamados Minores -di– jo-, no es para convertirse en Majares. Si queréis que fructifiquen en la Iglesia de Dios, dejadlos y mantenedlos en el estado al cual los ha llamado Dios. Os ruego, Padre mío, no hagáis que su pobreza se convierta en un motivo de orgullo, y no los elevéis a prelaturas que les arrastra– ría a la violencia hacia los demás." La política eclesiástica seguida por los papas debía desechar por completo esta opinión de los dos fundadores. Francisco y Domingo se separaron para no verse nun– ca más. El Maestro de los Hermanos Predicadores se puso poco tiempo después en camino para Bolonia, donde murió el 6 de agosto siguiente, y Francisco se refugió en la Porciúncula, donde Pedro de Catania acababa de morir