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255 "Hermano León, tu hermano Francisco te desea paz y salud. ''Te respondo sí, hijo mío, como una madre a su niño. Esta palabra resume todo lo que hemos dicho mientras andábamos juntos, así como todos mis consejos. Si tienes necesidad de venir a verme para pedirme consejo, soy de opinión que lo hagas. Cualquiera que sea la manera cómo pienses de poder gustar al Señor Dios, seguir sus huellas y vivir en la pobreza, hacedlo ( 1), Dios os ben– decirá, y yo os autorizo a ello. Y si fuera necesario para tu alma o para tu consuelo, que vengas a verme, o si tú lo deseas, León mío, ven. A ti en el Cristo." Henos aquí bien lejos, ciertamente, del cadáver to– mado antes como ejemplo. Sería superfluo detenernos en las demás admonicio– nes. Son en su mayor parte reflexiones inspiradas por las circunstancias. Vuelven los consejos sobre la humil– dad, con una frecuencia que se explica a la vez por las preocupaciones personales del autor y la necesidad de recordar a los hermanos la esencia misma de su profesión. La estada de San Francisco en Roma, cuando fué, en los primeros meses de 1221, a presentar su proyecto a Hugolino, se señaló por un nuevo esfuerzo de este último para acercarlo a Santo Domingo. El cardenal se encontraba entonces en el apogeo de sus éxitos. Había triunfado en todo. su voz no sólo era todopoderosa en los asuntos de la Iglesia, sino también del Imperio. Federico II, en cuyo pensamiento germina– ban sueños de reforma religiosa y el deseo de poner su poder al servicio de la verdad, le trataba como amigo y hablaba de él con admiración sin límites. En sus reflexiones sobre los remedios apropiados a los males de la cristiandad, el cardenal llegó a pensar que uno de los más eficaces sería la substitución por obispos tomados en las dos Ordenes nuevas de los obispos feu– dales, reclutados casi siempre en los sitios de su diócesis, (1) Este plural que ha sorprendido a Wadding prueba que el her– mano León había ·hablado en nornbre de un grupo.

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