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254 rráis, y no hará ninguna resistencia; no murmurará en donde lo hayáis colocado; no protestará si lo cambiais de lugar; ponedlo sobre una silla y ne:, mirará hacia arriba, sino hacia abajo; envolvedle en púrpura, parecerá mucho más pálido." Ese suspiro hacia la obediencia cadavérica muestra los martirios que su alma había sufrido; es, en el domi– nio moral, el equivalente del llamado a la nada de ]os grandes dolores físicos. Estaba, por lo demás. absolutamente aislado. En to– das partes la obediencia franciscana es la obediencia viva, activa, alegre. Llegaba hasta el fin en ese camino y consideraba como santas las rebeliones dictadas por la conciencia. Un día, en los últimos años de su vida, un hermano de Alemania vino a verle, y después de haber hablado largamonte con él sobre la pura obediencia, le dijo: "-Te pido un favor y es que, si los Hermanos lle– gasen a vivir según la Regla, me permitas separarme de ellos, para observarla en su plenitud. "Al oír esas palabras, Francisco tuvo una gran ale– gría: "-Has de saber -le dijo-, que el Cristo autoriza, y, por lo tanto, yo también, lo que acabas de pedirme. -E jmponiéndole las manos, agregó-: Eres sacerdote para la eternidad, según la orden de Melchisedek." Tenemos un recuerdo aún más conmovedor de su so– licitud en salvaguardar la independencia espiritual de sus discípulos: son unas líneas al hermano León. Este, muy alarmado por el nuevo espíritu que reinaba en la Orden, había abierto su espíritu a su Maestro, pidiéndole, sin duda, poco más o menos la misma autorización que el hermano de Alemania. Después de un diálogo en que le respondió de viva voz, Francisco, para no dejar subsistir ninguna especie de duda o de hesitación en el espíritu de aquel a quien llams,ba, "mi ovejita del Buen Dios", peco– rella di Dio, le escribió:

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