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253 para renunciar a sus ideas, pero sin conseguirlo por com– pleto. Se repite a sí mismo las exhortaciones que se le hacían; se ve en esas hojas su esfuerzo por comprender y admirar el monje ideal que Hugolino le propuso como ejemplo. "El Señor dice en el Bvangelio: "Quien no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Y quien haya salvado su vida la perderá". Se renuncia a todo lo que se posee y se pierde la vida cuando se la pone entre las manos de su superior para obedecerle ... Y cuando el inferior ve cosas que serían mejores o más útiles para su alma que las que el superior le ordena, que haga a Dios el sacrificio de su voluntad." Al leer esas frases se podría creer que Francisco se va a colocar del lado de los que creen que la immisión a la au1Goridad eclesiástica es la esencia misma de la religión. Pero no ocurre así; en esas mismas líneas su verdadero sentimiento no llega a desaparecer, y llena sus palabras con paréntesis e incidentes bien tímidos, pero que revelan el fondo de su pensamiento y terminan siempre por de– signar la conciencia individual como juez de última ins– tancia. Todo eso nos dice claramente cómo debemos repre– sentarnos los instantes en que su alma herida suspiró después de la obediencia pasiva, cuya fórmula perinde ac cadaver remonta, por lo que se ve, a más allá que la Compañía de Jesús: fueron los instantes de desfalleci– miento en que la inspiración se callaba. "Un día estaba sentado con sus compañeros, cuando se :puso a gemir y a decir: "-Apenas si habrá un religioso sobre toda la tierra que obedezca perfectamente a su superior. "Sus compañeros, muy sorprendidos, le dijeron: "-Padre, explicadnos cuál es, pues, la obediencia so– berana y perfecta. "Entonces, comparando el que obedece a un cadáver, respondió: "-Tomad un cuerpo muerto y depositadle donde que-

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