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252 documento como un proyecto, pronto se llegó a pensar que había sufrido una primera revisión rápida, una es– pecie de poda, por Ja que la autoridad eclesiástica habría hecho desaparecer las disposiciones en contradicción fla– grante con sus proyectos sobre la Orden. Si se pregunta quién pudo hacer esos cortes, viene en seguida al pensamiento el nombre de Hugolino. El cri– ticó sus proposiciones exageradas, su falta de unidad y de precisión. Más tarde, se contó que Francisco había visto en sueños una multitud de hermanos hambrientos · que se dirigían hacia él, sin que él fuese capaz de sa– ciarlos, porque sólo hallaba alrededor de sí innumerables migas de pan que se perdían entre sus dedos. Entonces llegó una voz del cielo para decirle: "Francisco, con todas esas migas haz una hostia, con la que sustentarás a tus hambrientos". Bien se puede pensar que ese breve relato es el eco imaginativo de las conferencias (lUe entonces debieron realizarse entre Francisco y el cardenal; éste pudo suge– rirle, por esa comparación, los defectos esenciales de su proyecto. Todo ocurrió, sin duda, durante la estada de Francisco en Roma, a principios de 1221. Antes de llegar a ello, observemos las analogías de inspiración y hasta de estilo que unen la Regla de 1221 a otra de las obras de San Francisco, la conocida bajo el título de Admoniciones. Es una serie de avisos espiri– tuales sobre la vida religiosa, íntimamente unidos, por el fondo y por la forma, a la obra que acabamos de exa– minar. El sonido de voz, por así decir, es tan perfecta– mente el mismo que hay que ver en ella partes del pro– yecto original, suprimidas como excesivamente largas e impropias de una Regla. Cualquiera sea el valor de esta hipótesis, hallamos en las Admoniciones todas las preocupaciones que asal– taban el alma de Francisco .en aquella hora incierta y desazonada. Algunos de esos avisos parecen fragmentos de diario íntimo. En ellos se le ve buscando, con la inge– nuidad de la unidad perfecta, razones para someterse,