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251 peran en él, y de los que le aman. Es sin comienzo ni fin, inmutable e invisible, inexpresable, inefable, incompren– sible, inalcanzable, bendito, alabado, glorioso, exaltado, sublime, muy alto, suave, amable, delectable y siempre digno de ser deseado por encima de todo en todos los siglos de los siglos. Amén." ¿No poseen esas ingenuas repeticiones un misterioso encanto que se insinúa deliciosamente hasta el fondo del corazón? ¿No hay en ella una especie de sacramento del cual las palabras no son más que el vehículo grosero? Francisco se refugia en Dios, como el niño se arroja en el seno de su madre y en la incoherencia de su debilidad y de su alegría, le balbucea todas las palabras que sabe, y por las cuales sólo quiere repetir el eterno "soy tuyo" del amor y de la fe. · Hay también en esa oración algo que recuerda, no sólo por las citas, sino sobre todo por la inspiración misma del pensamiento, lo que se ha llamado la "oración sacer– dotal" del Cristo. El apóstol de la pobreza aparece como elevado entre cielo y tierra por la violencia de su amor, consagrado sacrificador de un culto nuevo por la unción interior e irresistible del Espíritu. No inmola, como el sacerdote del pasado, se inmola, y lleva en su corazón todos los dolores de la humanidad. Si esas palabras son bellas desde el punto de vista místico, corresponden muy escasamente a lo que se es– pera de una Regla; no tienen ni la precisión ni las for– mas breves e imperativas de una Regla. Las transfor– maciones que iban a sufrir, para convertirse en el código de 1223, fueron fatales, dada la intervención definitiva de la Iglesia de Roma para dirigir el movimiento francis– cano. Es probable que ese proyecto de Regla, tal como hoy la poseemos, fuese el que se distribuyó en el capítulo de la Pentecostés de 1221. Las variantes, a veces capitales, que se halla entre diversos textos, pueden no ser más que la traza de conexiones propuestas por los ministros provinciales. Una vez admitida la idea de considerar ese