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23 y hacer de él un pequeño francés? Es muy probable. Qui".' zás en ello hubo una especie de homenaje reconocido dirigido por el burgués de ·Asís a sus nobles clientes de más allá de las montañas. Sea lo que fuera, el niño aprendió el francés y experimentó siempre por la lengua francesa y por Francia una particular predilección. Estas indicaciones sobre Bernardone son de extrema importancia; nos muestran en medio de qué influencias creció Francisco. Los mercaderes, en efecto, desempe– ñaron un papel muy considerable en los movimientos re– ligiosos del siglo XIII. Su mismo oficio les obligaba a convertirse en mensajeros de ideas. ¿Cómo no responder, .cuando llegaban a un país, a todos los que les pregunta- .· ban sobre las últimas novedades, sobre lo que había ocu– rrido de interés en los países de donde venían?. Y preci– samente las nuevas religiosas eran las esperadas con más impaciencia, porque la curiosidad de entonces era muy diferente de la de hoy. Los mercaderes viajeros se acos– tumbraban a ese papel, observaban, escuchaban todo, felices de tener que contar algo en los países a que lle– gaban, y de ese modo se convirtieron en misioneros de ideas que escucharon en un principio como simples cu– riosos. No se ha mostrado nunca con suficiente claridad la importancia de ese papel de los mercaderes que iban y venían, sembrando un poco por todas partes las noveda– des que recogían en sus viajes; fueron vehículos, con frecuencia inconscientes e involuntarios, de todas las ideas, sobre todo de las herejías y de las rebeliones, y contribuyeron así a la propagación de los valdenses, de los albigenses, de los humillados y de otras sectas. Bernardone pudo ser así, sin pensarlo siquiera, el ar– tesano de la vocación religiosa de su hijo. Los relatos que hacía de vuelta de sus viajes parecieron, desde luego, no haber despertado la atención del niño, pero fueron, sin duda, como esos gérmenes que permanecen largo tiempo bajo tierra y que de golpe, bajo la acción de los ardientes rayos del sol, producen frutos inesperados.