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243 de Celano, que relatan rasgos de ese género, llevan por eso mismo un sello de autenticidad. Es bastante-difícil darse cuenta exacta de la parte que Francisco tuvo aún en la dirección de la Orden. Pedro de Catania, y más tarde el hermano Eiías, son calificados ya de ministros generales, ya de vicarios, a veces desig– nados con los dos términos siguiéndose como en el relato precedente. Es muy probable que esa confusión en las palabras corresponda a una confusión igual en los he– chos. Tal vez también fué ella querida. Después del ca– pítulo de septiembre de 1220, los asuntos de la Orden pasan a manos de aquel que Francisco nombró ministro general, mientras que los hermanos, así como el papado, le daban el título de' vicario. Era urgente para la popu– laridad de los Hermanos Menores que Francisco conser– vara una apariencia de autoridad, pero la realidad del gobierno se la había arrebatado. La idea que había llevado en su seno hasta 1209, y dada a luz entonces con dolor, elevaba ahora su vuelo, olvidando su cuna, como esos hijos de nuestras entrañas que de golpe se alejan de ,nuestro lado, sin que podamos oponernos, porque esa es la vida, pero no sin que se pro– duzca en nuestro corazón algo como un desgarramiento. ¡Mater dolorosa! ¡Ah!, volverán, sin duda, a sentarse con piedad en el hogar paterno, tal vez hasta tengan ne– cesidad, en una hora de angustia moral, de volver a re– fugiarse como otras veces en el regazo materno, pero esos retornos fugitivos, afiebrados, no harán más que avivar la herida de los pobres padres cuando vuelvan a ver ale– jarse con paso apresurado a aquel que lleva su nombre, pero que ya no les pertenece.

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