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242 "San Francisco dijo todo eso con mucha vivacidad, y tomando un poco de ceniza la expandió sobre la cabeza del novicio, diciendo: "-¡He aquí el breviario, he aquí el breviario! ... "Muchos días después, San Francisco estaba en la Porciúncula, y se paseaba no lejos de su celda, cerca de la casa, al borde del camino, cuando el mismo hermano volvió otra vez para hablar de su breviario. "-Pues bien, vete -le respondió-, no tienes más que hacer que lo que te diga tu ministro. "Después de estas palabras el novicio se alejó, pero Francisco se puso a reflexionar sobre lo que había dicho, y de golpe empezó a gritar al hermano: "-¡Espera! ¡Espera! "Cuando le alcanzó, le pidió volver sobre sus pasos. "-¿Dónde estaba yo cuando te dije que hicieras con el salterio lo que tu ministro te dijera? "Entonces arrodillándose en el sitio designado por el hermano, se prosternó a sus pies: "-¡Perdón, hermano mío, perdón!, porque aquel que quiere ser Hermano Menor no debe poseer nada más que la ropa que le cubre." Este largo relato no es solamente precioso porque nos muestre, hasta en las cosas más pequeñas, el conflicto entre el Francisco de los primeros años, dependiendo únicamente de Dios y de su conc:iencia, y el Francisco de 1220, convertido en monje sumiso, en una Orden apro– bada por la Iglesia romana, sino además porque es una de esas raras páginas en que su estilo se muestra con realismo ingenuo. Esas alusiones a las novelas de caba– llería y esa libertad de actitud, que crearon gran parte de su éxito ante las masas, se eliminaron de su leyenda con increíble rapidez. Sus hijos espirituales no se aver– gonzaron de su padre a ese respecto, pero se empeñan tanto en señalar sus otras cualidades que olvidan dema– siado al poeta, al trovador, al joculator Domini. . . . . .. Fragmentos, posteriores en más de un siglo a Tomás
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