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241 habían de recordar todos los rasgos de que fueron testi– gos. Algunos revelan la lucha que desgarraba a su alma. Deseoso de mostrarse sumiso, se hallaba, sin embargo, aguijoneado por la necesidad de sacudir todas las cade– nas y de volar como en los primeros tiempos, para vivir y respirar sólo en Dios. He aquí un recuerdo muy in– genuo pero que merecería, a mi juicio, ser más conocido. · "Un día, un novicio que podía, pero sin esfuerzo, leer el salterio, obtuvo del ministro general, es decir, del vi– cario de San Francisco, permiso de conservar uno. Sin embargo, como sabía que San Francisco no quería que los Hermanos tuviesen la codicia de la ciencia ni la de los libros, quería tener el salterió con su consentimiento. Ahora bien, habiendo ido San Francisco al monasterio en que estaba el novicio, éste le dijo: "-Padre mío, seríame de gran consuelo poseer un salterio; pero aunque el ministro general me ha autori– zado a ello, yo no quiero conservarlo sin que lo sepáis. "-¡Contempla al emperador Carlos -le respondió San Francisco fogosamente-, a Rolando y a Oliverio y a todos los Paladines, a los héroes valerosos y valientes caballeros; conquistaron sus famosas victorias comba– tiendo contra los Infieles; penando y trabajando hasta la muerte! ¡Los santos mártires, también, quisieron morir por la fe del Cristo en plena batalla! Pero ahora hay mu– chas gentes que pretenden, contando simplemente sus proezas, merecer gloria y honores. ¡Sí, también entre nosotros, hay muchos que pretenden recibir gloria y ho– nor recitando y predicando las obras de los santos como si las hubieran cumplido ellos mismos! " ... Algunos días después, San Francisco estaba sen– tado delante del fuego, y el novicio se le aproximó para hablarle de nuevo de su salterio. "-Cuando tengas tu salterio -le dijo San Francis– co-, querrás tener un breviario, y cuando tengas un bre– viario te sentarás en una cátedra, como un gran prelado, y harás una seña a tu compañero: "¡Tráeme mi brevia– rio!".