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239 ataques, las críticas de que sería objeto, y se esforzaba en persuadirse que si no sufría todo con alegría no· sería un verdadero Hermano Menor. Las virtudes más bellas están sujetas al escrúpulo, la humildad perfecta más que ninguna otra, y es así cómo hombres excelentes, para evitar afirmarse, traicionan san– tamente a sus convicciones. Resolvió, pues, poner la di– rección de la Orden en manos del hermano Pedro de Ca– tania. Ya hemos cenocido a éste: fué de los primeros dis– cípulos, se unió a Francisco al mismo tiempo que Ber– nardo de Quintavalle, y como éste gozaba en Asís de una situación importante. Canónigo de la catedral, graduado en derecho, pertenecía a la familia de los señores de Gualdo Cattaneo, pueblo poco alejado, en las montañas que dominan a Bevagna. Sentía por aquel que le había llevado a la pobreza perfecta admiración sin límites. Francisco, a su vez, se inspiraba a menudo en sus consejos y lo trataba con un afecto mezclado de respeto. Habiendo sido su compañero durante el viaje a Orien– te, Bernardo estaba al corriente no sólo de toda la vida de la Orden desde el mismo día de su fundación, sino que conocía tan bien como el Maestro todas las peripecias de la última crisis. En fin, por el hecho de sus estudios en Bolonia y de sus títulos, no podía ser considerado como incapaz de comprender las aspiraciones de los hermanos que querían establecer una especie de concordato entre la pobreza y la ciencia. Ignórase si Hugolino asistió al capítulo del 29 de sep– tiembre de 1220, pero si no estuvo en persona se hizo reemplazar seguramente por algún prelado encargado de vigilar los debates. La bula dada ocho días antes fué comunicada a los Hermanos, a los cuales Francisco anun– ció también que iba a elaborar una Regla nueva. Hubo sobre esto largas conferencias, en las que sólo los minis– tros parece que tuvieron voz deliberativa. Se estableció en principio los puntos esenciales de la nueva Regla, de– jando a Francisco el cuidado de darles holgadamente