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•. 237 Nos representan al Poverello introducido ante el soberano Pontífice por el cardenal Hugolino, quien, por prudencia, le había preparado un discurso, aconsejándole que lo aprendiera de memoria. En el momento de ir a hablar, Francisco lo olvidó todo. Llamando entonces al buen Dios en su ayuda, habló con tanto ardor y con tan poderosa inspiración que cautivó a todo el auditorio. Tomás de Celano muestra al cardenal muy emocio– nado con la aventura, a causa de la brillante protección que había acordado a Francisco. El fracaso de su prote– gido habría podido perjudicarle mucho; pero todo con- - cluyó bien: las palabras del Poverello causaron sobre el Papa la mejor impresión y le acordó todo lo que pidió. Las conferencias con Hugolino, hecho su protector oficial y en cierta manera papa del nuevo instituto, re– comenzaron, pues, en seguida. Dió de inmediato a Fran– cisco algunas satisfacciones: el privilegio concedido a las Clarisas fué anulado y se comunicó a Juan de Con– pello que nada tenía que esperar de la curia; por último se dejó a Francisco la libertad de componer por sí mismo la Regla de su Orden. No se ahorraron, naturalmente, los consejos a este respecto, pero hubo un punto sobre el cual la curia no podía esperar y cuya aplicación inme– diata exigió: la obligación para los postulantes de un año de noviciado. Al mismo tiempo fué lanzada una bula que no estuvo destinada sólo a publicar esa ordenanza, sino sobre todo a señalar de manera solemne el comienzo de una era nueva en las relaciones entre la Iglesia y los Francisca– nos. La fraternidad de los penitentes umbrianos se con– vertía en una Orden en el sentido más estrecho de la palabra. "Honorio, obispo, servidor de los servidores de Dios, al hermano Francisco y a los otros priores o custodios de los Hermanos Menores, salud y bendición apostólica. "En casi todas las Ordenes religiosas ha sido pruden– temente ordenado que aquellos que se presentasen para observar la vida regular, cumplirían una prueba por