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236 que le ordenaba buscarles una madre, bajo cuyas alas hallaran sitio, y que les defendiera contra las aves de rapiña. Lo creyó al menos. Fué a Orvieto sin pasar por Asís, donde se habría visto obligado a tomar algunas medidas contra los desobedien– tes, en tanto que debía ponerse pura y simplemente en manos del Papa. Su profunda humildad unida al sentimiento de cul– pabilidad que Hugolino había despertado en él, ¿basta para explicar su actitud ante el Papa o hay que creer que tuvo el vago sentimiento de abdicar? Quién sabe si su conciencia no le murmuraba ya un reproche, y no le revelaba la inanidad de todos los sofismas con los que se le había agarrado. "No atreviéndose a presentarse en los departamentos de tan grande príncipe, permaneció fuera delante de la puerta y esperó pacientemente hasta que el Papa sa– liera. Cuando salió, San Francisco le hizo la reverencia y le dijo: "-Padre Papa, que Dios os dé la paz. "-Que Dios te bendiga, hijo mío - respondió él. "-Señor -le dijo entonces San Francisco-, sois grande y estáis a menudo absorbido por grandes asuntos; mis pobres hermanos no pueden venir a molestaros y a hablaros con la frecuencia que les es menester; me habéis dado muchos papas, dadme uno solo al cual pueda diri– girme. cuando tenga necesidad y que en lugar vuestro escuche y discuta mis asuntos y los de mi Orden. "-¿ Quién quieres que te dé, hijo mío? "-El obispo de Ostia. "Y lo obtuvo." El relato que se acaba de leer es del hermano Jordán de Giano, pero parece que al reunir sus recuerdos haya retenido un episodio más que haber dado una vista sin– tética de las relaciones que hubo entre la curia y San Francisco. Los otros biógrafos hablan de una audiencia acordada por el Papa al fundador de la Orden, y parece bastante natural fijarla en la época a que hemos llegado.
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