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233 ración por las palabras de este hombre tan simple. No tenía, sin embargo, los modos de un predicador, sus acti– tudes eran más bien las de la conversación: el fondo de su peroración tendió esencialmente a la abolición de las ene– mistades y a la necesidad de anular pacíficas alianzas. Sus ropas eran pobres; su persona nada que impusiera; su fisonomía nada hermosa; pero Dios dió tan poderosa eficacia a sus palabras que condujo a la paz y a la con– cordia a muchos nobles cuyo salvaje furor no se detenía ni ante la efusión de sangre. Se sintió por él tan intensa devoción que hombres y mujeres corrían en masa detrás suyo y quien podía tocar el borde de, su manto se sentía feliz." ¿Fué entonces cuando el célebre Acursio el Glosador, jefe de aquella famosa dinastía de jurisconsultos que durante todo el siglo XIII ilustró la Universidad de Bo– lonia, recibió a los Hermanos Menores en su villa de la Ricardina, en las proximidades de la ciudad? No lo sa– bemos. Parece que otro profesor, Nicolás dei Pepoli, ingresó también en la Orden. Sus álumnos se quedaron atrás y muchos de ellos pidieron los hábitos. Todo eso, sin em– bargo, constituía un peligro: aquella ciudad, que era en Italia el gran hogar de la ciencia del derecho, iba a ejer– cer sobre la evolución de la Orden la misma influencia · que París; los Hermanos Menores no pudieron nunca más substraerse a su influencia, como es imposible subs– traerse a la del aire ambiente. Francisco permaneció esa vez en Bolonia muy poco tiempo. Una antigua tradición, de la que sus biógrafos no nos han conservado traza alguna, pero que parece, sin embargo, muy verosímil, cuenta que Hugolino fué a pasar con él un mes en el convento de los Camaldulen– ses, en otro tiempo habitado por San Romualdo, en me– dio de las selvas del Casentino, que se cuentan entre las más bellas de Europa, a algunas horas de marcha del Alverno, cuya cima se eleva gi.gantesca 1 dominando todo el horizonte.

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