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229 se abstendrían de todo lacticinio, a menos que los fieles no lo ofrecieran por casualidad. Esas tentativas manifiestan también un esfuerzo por imitar las antiguas Ordenes, no sin la vaga esperanza de substituirse a ellas. El hermano Jordán sólo nos ha conservado esa decisión del capítulo de 1220, pero las expresiones que emplea muestran que no fué la única, y que los descontentos quisieron, así como los capítulos de Cister o del Monte Casino, promulgar verdaderas cons– tituciones. Esas modificaciones de la Regla no pasaron, sin em– bargo, sin provocar la indignación de una parte del ca– pítulo: un hermano lego se hizo mensajero conmovido de esa indignación y partió para Oriente para suplicar a Francisco que volviera cuanto antes a tomar las medi– das reclamadas por las circunstancias. Hubo también otras causas de desorden: el hermano Felipe, celador de las Clarisas, se apresuró a hacerlas con– ceder por Hugolino los privilegios a que antes nos hemos referido. Otro hermano, Juan de Conpello, reunió gran número de leprosos de ambos sexos, y escribió una regla para fundar con ellos una nueva Orden. Se presentó en se– guida, con un cortejo de esos desgraciados, al soberano Pontífice, para obtener su aprobación. Se manifestaron muchos otros tristes síntomas sobre los que el hermano Jordán no insiste; corrió el rumor de la muerte de Francisco, y toda la Orden quedó convulsio– nada, dividida, amenazada de los más graves peligros. Los sombríos presentimientos que Francisco parece que tuvo, fueron sobrepasados por la realidad. El mensajero que le llevó tan -tristes nuevas le halló en Siria, probable– mente en San Juan de Acre. Se embarcó en seguida con Elías, Pedro de Catania, Cesáreo de 3pira y algunos otros, para retornar a Italia, en un navío que se dirigía a Ve– necia, adonde pudo fácilmente llegar hacia fines de julio.
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