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228 vicarios para reemplazarle, los hermanos Mateo de Narni y Gregario de Nápoles. El primero fué especialmente encargado de quedar en la Porciúncula para admitir a los postulantes. Gregario de Nápoles debía, al contrario, recorrer Italia para consolar a los Hermanos. Los dos hermanos comenzaron en seguida a trastor– nar todo. Sería inexplicable cómo hombres, aún bajo la impresión de su primer fervor por una Regla que habían prometido en la plenitud de su libertad observar estric– tamente, pudieran pensar en innovar si no hubieran sido empujados a ello y sostenidos por hombres· que tenían autoridad. Mitigar el voto de pobreza, multiplicar las observan~ cías, tales fueron los dos puntos sobre los que se concen– traron sus esfuerzos. En apariencia era bien poco, en realidad era mucho, porque era una primera tentativa del espíritu antiguo contra el espíritu nuevo. Era el esfuerzo de los hombres que hacían de la religión, inconscientemente quiero creerlo, un asunto de observancias y de rito, en lugar de ver en ella, como San Francisco, la conquista de esa libertad que nos independiza de todo y de todos, y que decide a cada alma a obedecer a yo no sé qué de divino y de misterioso, que adoran las flores de los campos, que bendicen los pájaros del cielo, que celebra la sinfonía de los astros y que Jesús de Nazareth llamaba: Abba, es de– cir, Padre. La primera Regla era excesivamente simple en. lo concerniente a los ayunos. Los hermanos debían comer de vigilia el miércoles y el viernes; podían agregar, pero sólo por autorización especial de Francisco, el lunes y el sábado. Los vicarios y sus adherentes complicaron esto de manera sorprendente. En el capítulo general cele– brado en ausencia de Francisco (17 de mayo de 1220), decidieron: 19 que en tiempo ordinario no tratarían de procurarse carne, pero la comerían si se la ofrecían es– pontáneamente; 29 que todos ayunarían el lunes, ade– más del miércoles y el sábado; 39 que el lunes y el sábado
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